miércoles, 4 de abril de 2012

¿Podemos ser super-héroes? ¿Vale la pena intentarlo?

Tengo la sana costumbre de dedicar unos momentos al día a leer artículos que me parecen interesantes y que me aportan conocimiento. El blog del Prof. Argandoña es uno de ellos. En este caso, si bien todo lo que nos traslada puede no sonar a nuevo, me parece muy interesante el resumen que hace y quisiera centrarme en concreto en dos de los puntos que menciona.


  • Acrecentar las virtudes en sí y en los demás: responsabilidad, prudencia, justicia, fortaleza, templanza, veracidad,…
  • Ser consciente que manda a personas. Y saca una conclusión: conocer lo que es común a todas las personas, y lo que es personal de cada una.


Le voy a dar una vuelta de tuerca…

Es habitual que escuchemos que todos deberíamos corregir nuestros defectos pero no especialmente fortalecer nuestras virtudes. Parece que para ser personas completas, buenos profesionales, debemos dominar todos los ámbitos de actividad que conforman a la persona ideal pero pienso que olvidamos que cada uno de nosotros es único, especial y por tanto tendrá la virtud de aportar su propia experiencia y visión. Cada uno de nosotros enriquecerá a su modo a la empresa.

El objetivo estará en conseguir ser una persona íntegra, tomando la integridad como cualidad personal, es decir: refiriéndonos a la total o amplia gama de aptitudes poseídas y manteniendo siempre un mismo humor, actitud. De este modo una persona íntegra es aquella que no se queda en una sola actividad, sino que se mueve por las distintas áreas del conocimiento como lo fuera Leonardo Da Vinci: pintor artístico, escultor, arquitecto, ingeniero, filósofo, escritor, músico y anatomista.

Si vemos la integridad como una característica, resulta que si somos una persona íntegra siempre haremos lo correcto, siempre haremos todo aquello que consideramos bueno para nosotros y que no afecte los intereses de las demás personas.

Y si nos centramos en la integridad desde su enfoque ético: la persona íntegra será aquella que aporta valor. Que se caracteriza por tener capacidad para hacer y cumplir compromisos consigo misma, para cumplir lo que dice... Su disciplina proviene de su interior; es una función de su voluntad independiente. Es consecuente.

Continuando con mi reflexión, estamos acostumbrados a oír que deberíamos todos ser como Leonardo Da Vinci, íntegros, y ser “multicapaces”, consecuentes con nosotros mismos y con el entorno social y profesional en el que vivimos. Por lo que nos vemos abocados de modo frustrante a desperdiciar una energía imprescindible en corregir aquellos puntos débiles que tenemos. Es habitual leer que debemos analizarnos y corregir nuestras debilidades para ser buenos en todo.

Pero éste esfuerzo puede llegar a hacer que no dispongamos de tiempo y energía para ser consecuentes con nosotros mismos: haciendo aquello que nos gusta y en lo que realmente podemos aportar valor. Puede hacer que nos convirtamos todos en personas que, por falta de recursos, seamos uniformemente mediocres. Todos del montón. Dejando de ser nosotros mismos y convirtiéndonos en personajes grises y parejos. Difícilmente seremos super-héroes.

Yo soy de la opinión de que cada uno debe acrecentar sus virtudes, reconocer los parecidos y excepcionalidades complementando a los que nos rodean. Aportando valor al entorno. Y que únicamente debemos “invertir” (que ya no sería perder) el tiempo en solventar aquellos puntos débiles que realmente nos incapacitan y que seguro que serán una excepción de nuestra persona.

Los que nos rodean nos aceptarán como somos y valorarán aquello en lo que destacamos. No todos podemos ganar una medalla de oro en natación (y no tiene sentido que perdamos tiempo intentándolo si no es lo nuestro o no nos satisface el simple hecho de nadar) aunque seguro que encontramos algo en lo que posiblemente sí la ganaremos… sea lo que sea.

Así os animo a todos a analizaros, potenciar vuestros puntos fuertes y virtudes, mejorar sólo aquellos puntos débiles que os dificulten seriamente y a ser felices… porque siempre hay alguien que nos valora como somos. Y nuestra forma de hacer y sentir enriquece a todo el que esté al lado.

Invito a empresas y directivos a reconocer a sus empleados por todo lo que valen y a no menospreciar a aquellos que, de entrada, no nos hemos tomado la molestia de saber en qué son excepcionales.

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